Esta entrada forma parte de una serie de artículos sobre la serie “Black Mirror” la cual trata sobre distintos escenarios posibles en un futuro distópico-tecnológico y donde hablaré sobre la neurociencia –sustentada científicamente- que hay detrás de cada episodio.
Para los que no conozcan la serie, les recomiendo ampliamente que la vean, sobre todo antes de leer esta entrada, ya que haré una breve reseña para entrar en contexto con el tema de neurociencias que esté relacionado con ese episodio y tras la cual escribiré una pequeña revisión. Vale mucho la pena verla, sobre todo si eres fan de la tecnología, los dilemas éticos/filosóficos y, por supuesto, la neurociencia.
– SPOILER ALERT –
S1E1: The National Anthem
Este episodio ocurre en la actual Londres, en donde la Princesa Susannah, miembro de la familia real, ha sido secuestrada. Nadie conoce su paradero y la única pista que se tiene es un video en el cual el secuestrador revela que para que para entregarla de vuelta, el Primer Ministro Callow deberá tener sexo con un cerdo, en vivo, a una hora y fecha determinadas, en cadena nacional. Este video se hace público, generando gran expectación en toda la población. El Primer Ministro se opone –con razón- a cumplir con las condiciones y elabora un plan de búsqueda del secuestrador, incluyendo como Plan B, la preparación de un video falso con un doble y efectos especiales de edición avanzados que pondrían la cabeza del Primer Ministro sobre la del actor.
La búsqueda no prospera y el secuestrador se entera del intento de falsificar el video por lo que envía un dedo de la Princesa a una cadena de noticias, la cual publica la historia y complica la posición del Primer Ministro, ya que el pueblo le exige que acceda a las demandas. La policía encuentra un lugar donde es posible que se encuentra el secuestrador por lo que Callow ordena la operación de rescate, pero al llegar sólo encuentran un señuelo.
La presión aumenta y tiempo se acaba. Su esposa le ruega que no lo haga, pero la familia real interviene y le exige –bajo amenaza implícita- que ceda y realice el video. Callow finalmente accede y el evento es televisado en cadena nacional. Se observa la reacción del público espectador, donde algunos evitan mirar o se retiran dado lo grotesco de la escena, sin embargo, muchos continúan viendo e incluso disfrutan de la humillación por la que está pasando su Primer Ministro.
En la siguiente escena se muestra a la Princesa, por las calles de la ciudad, aunque parece que ha sido liberada antes de la fecha límite, es decir, antes de la filmación. Todo ha sido obra de un artista (el dedo enviado era suyo) quien en un video/manifiesto declara su obra como una demostración de cómo mientras todo el mundo se distraía con sus pantallas, no fueron capaces de ver la realidad. Finalmente se suicida.
Un año después a estos eventos, se muestra a Callow, aún Primer Ministro, gozando de un aparente mayor reconocimiento público –se ha sacrificado por un bien mayor-, pero no así con su esposa.
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Este episodio, aunque contiene más sátira política –y fue “premonición” de un escándalo en el que estaría involucrado el ex-Primer Ministro David Cameron*- también tiene un aspecto interesante a analizar desde el punto de vista de la neurociencia.
Hablo de ese sentimiento -agradable para unos, desagradable para otros – que la gente experimentó al observar fijamente al televisor mientras el Primer Ministro cumplía con las demandas del secuestrador, a pesar de ser algo moralmente incorrecto, malo y/o macabro. Ese morbo –o curiosidad mórbida– del cual nosotros también somos “víctimas” cuando vemos en Facebook esos videos donde hacen bromas muy pesadas sobre payasos asesinos, o en la calle, cuando vemos una pelea o un accidente de tráfico y no podemos dejar de mirarlo.
¿Por qué tenemos esas “ganas” de ver algo así y por qué no podemos apartar la mirada? ¿Qué emociones son las que experimentamos en ese momento? ¿El morbo tiene alguna utilidad, o es simplemente eso, morbo? La neurociencia cognitiva (de la mano con psicología) puede ayudarnos a resolver algunas de estas preguntas.
No existe un consenso, desde el punto de vista científico, sobre la definición de morbo o curiosidad mórbida (como es mejor conocida en inglés). Sin embargo, se ha visto que puede formar parte de la curiosidad en un ámbito más general, la cual sí ha sido definida y estudiada ampliamente.
Así, la curiosidad es la búsqueda de información mediada por un impulso interno o propio(1) que puede tener su origen en una laguna de conocimiento o entendimiento(2). Esto puede motivar conductas que puedan satisfacer esa necesidad de información, como la exploración, el juego o el aprendizaje.
Para estudiar la curiosidad en humanos, se han realizado algunos experimentos de resonancia magnética funcional (RMf) donde un sentimiento de curiosidad más alto en un juego de preguntas y respuestas se ha correlacionado con una mayor actividad en regiones como el estriado, núcleo accumbens o sustancia negra(3), las cuales forman parte del circuito dopaminérgico de recompensa. En un estudio hecho con monos(4) se encontró que neuronas de la corteza orbitofrontal codifican distintos elementos involucrados en la curiosidad (atención, aprendizaje) presentes antes de seguir un impulso curioso.
Por lo tanto, existe en nosotros un sistema que es capaz de evaluar el grado de curiosidad que sentimos y que en caso de llevar la acción a cabo y llenar ese vacío de conocimiento, nos gratifica mediante el circuito de recompensa. Somos curiosos porque es mejor saber que no saber, y eso nos gusta. Pero, ¿por qué querríamos ver o saber algo desagradable, incorrecto o macabro?
Esta pregunta es un poco más difícil de responder, pero la podemos plantear desde un punto de vista evolutivo/emocional o desde uno alternativo, más perverso y siniestro.
Hay quien sostiene que en este tipo de conductas, como el no poder evitar mirar un accidente de tráfico, prestamos atención al dolor, sufrimiento o humillación del otro. Esto es porque la información o estímulos que contienen una carga emocional -negativa en este caso- son capaces de atraer más atención que uno neutral, creando a su vez una respuesta cerebral distinta, medida por potenciales relacionados con eventos(5,6).
En última instancia, esta mayor atención al estímulo negativo puede crear una empatía con la víctima en cuestión, quizás como mecanismo de protección ante la posibilidad de encontrarnos en una situación parecida. Se ha detectado por RMf que al percibir el dolor de otros, activamos regiones cerebrales típicamente activadas al sentir dolor en nosotros mismos(7,8) como la corteza cingulada anterior y la insular anterior (atribuidas a la representación afectiva del dolor y no del estímulo sensorial en sí).
Incluso podemos ser capaces de empatizar en redes sociales como Facebook, donde algunos lamentan la muerte de alguien que no conocen realmente bien(9).
Dejando de lado la empatía y las buenas intenciones, también tenemos a quien se regodea con lo desagradable o la desgracia ajena, lo disfruta, le da placer. A esto se le conoce mejor como schadenfreude, palabra de origen alemán que literalmente significa daño-alegría.
Parecería inconcebible sentir algo así, pero si lo pensamos, puede ser una situación más común de lo que creemos: quizás es que esa persona se lo merecía, como un asesino sentenciado a la silla eléctrica; o tal vez era alguien a quien teníamos un poco de envidia, como cuando despiden a ese compañero de trabajo que es más exitoso o competente que nosotros; o cuando su desgracia me beneficia a mí, como cuando me dan el puesto de trabajo de ese compañero de trabajo tan profesional.
Si te sentiste identificado en alguno de estos ejemplos, no te preocupes, incluso los niños son capaces también de sentir schadenfreude(10).
Y nuestros cerebros también parecen darnos la razón, ya que al experimentar schadenfreude (como al ver perder al equipo de béisbol contrario(11)) activamos regiones del estriado ventral que –en efecto- forman parte del sistema de recompensa, y el grado de activación se correlaciona con la intensidad de placer que sentimos e incluso con la probabilidad de querer hacer daño al rival. En otro estudio sobre el schadenfreude y la envidia, la misma actividad del estriado ventral –sensación de placer- podía ser predicha por la intensidad de activación en la corteza cingulada anterior (misma que veíamos activada al sentir dolor). Es decir, cuanto mayor era la envidia sobre la persona, mayor era el placer cuando sabíamos que le pasaba una desgracia(12).
¿Con qué nos quedamos al final? Yo creo que la curiosidad mórbida –morbo-, forma parte de ese impulso innato propio del ser humano por conocer algo que, en este caso, es desagradable o macabro. Y es que el hacerlo tiene utilidad biológica, ya puede llevarnos a empatizar y asimilar la situación o aprender algo de ella. O simplemente, sólo queremos disfrutar de lo “incorrecto” por el gusto de hacerlo.
Bibliografía
* https://en.wikipedia.org/wiki/Piggate
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- Blanchard TC, Hayden BY, Bromberg-Martin ES. Orbitofrontal cortex uses distinct codes for different choice attributes in decisions motivated by curiosity. Neuron. 2015;85(3):602-614. doi:10.1016/j.neuron.2014.12.050.
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- DeGroot JM. “For Whom the Bell Tolls”: Emotional Rubbernecking in Facebook Memorial Groups. Death Stud. 2014;38(2):79-84. doi:10.1080/07481187.2012.725450.
- Shamay-Tsoory SG, Ahronberg-Kirschenbaum D, Bauminger-Zviely N. There is no joy like malicious joy: Schadenfreude in young children. PLoS One. 2014;9(7). doi:10.1371/journal.pone.0100233.
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- Takahashi H, Kato M, Matsuura M, Mobbs D, Suhara T, Yoshiro Okubo. When Your Gain Is My Pain and Your. Science (80- ). 2009;323(February):937-939. doi:10.1126/science.1165604.
¿No podría ser una utilidad evolutiva informarnos del peligro? ¿Conocer cómo es una situación dolorosa, desagradable, humillante, en casos en que no estamos en peligro?