Las secuelas cognitivas y psicológicas de la separación de las familias en la frontera

La evidencia científica es contundente: el ambiente familiar y en particular la relación constante y de apoyo entre padres e hijos es fundamental para asegurar el desarrollo óptimo en la niñez y en la adolescencia (SRCD, 2018). Cuando los niveles de estrés son altos y sostenidos, estos afectan la arquitectura del cerebro en desarrollo y otros sistemas del cuerpo, con efectos perjudiciales y de largo plazo sobre la capacidad de aprender y de comportarse. La separación forzada de los niños de sus padres o cuidadores primarios (otros parientes o figuras de responsabilidad en ausencia de los padres) afecta el bienestar de los menores y sus padres y deja secuelas negativas de por vida en todas las esferas cognitivas y afectivas, aumentando el riesgo de problemas de salud y trastornos mentales (NASEM, 2016).

En muchos casos, la migración responde a la necesidad de huir del peligro y la adversidad y está caracterizada por el estrés, la inseguridad y la incertidumbre. En este contexto, separar a los niños de sus padres, los pone en una situación de extrema vulnerabilidad, acompañada de experiencias traumáticas, desorganización y labilidad emocional, generando angustia, miedo y tristeza (NRC & IOM, 2000). La disrupción de la unidad familiar amplifica las consecuencias negativas de las condiciones adversas a nivel psicológico y fisiológico (Masten & Narayan, 2012).

El aislamiento y la separación de los padres afecta el desarrollo neurocognitivo de niños y adolescentes

El desarrollo en la niñez y adolescencia depende de procesos genéticos, biológicos, psicológicos y sociales y una disrupción de cualquiera de estos componentes afecta negativamente el curso y aumenta el riesgo de problemas y desórdenes en el futuro (NRC & IOM, 2009). En particular en los primeros años de vida, los padres juegan un papel fundamental en el desarrollo psicológico y biológico de sus hijos, justo en una etapa en el que el cerebro se está desarrollando rápidamente y es muy susceptible a las experiencias en el entorno y el ambiente familiar (NASEM, 2016).
Neurobiológicamente, las experiencias tempranas a las que se enfrenta una persona tienen un mayor impacto que las experiencias en la adultez. Durante la niñez y la adolescencia el cerebro está en un periodo crítico de maduración (Crone y Dahl, 2012), y el trauma y el aislamiento de los padres, tiene efectos negativos sustanciales en el desarrollo cerebral. El trauma y el estrés afecta a largo plazo las estructuras cerebrales relacionadas con el aprendizaje, el procesamiento social y afectivo y las habilidades cognitivas, con grandes impactos en la función, la capacidad de adaptación y el riesgo de padecer severas enfermedades mentales a lo largo de la vida (Gee, 2018; Dye, 2018).
El cerebro de un niño que vive en condiciones adversas, se ajusta para anticipar el peligro y lo pone en un estado de hipervigilancia constante (Palfrey & Harris). Los niños estarán constantemente vigilando su entorno, buscando potenciales problemas, y esto naturalmente afectará su capacidad de poner atención en clase o de relacionarse de manera sana con otras personas. Algunos niños tendrán problemas internalizantes: depresión, ansiedad, retiramiento social y problemas psicosomáticos. Algunos otros tendrán problemas externalizantes: problemas de agresividad, falta de atención, desobediencia y conducta delictiva (De Bellis & Zisk, 2014).
El impacto de la separación es nocivo para todas las edades. La pubertad es un periodo de muchos cambios a nivel biológico y psicológico y un periodo de particular susceptibilidad a un entorno negativo (Doom & Gunnar, 2013). El estrés durante la adolescencia puede traer consecuencias negativas que se pueden manifestar incluso en la adultez (Humphreys, Gleason, Drury, et al., 2015; Lupien, McEwen, Gunnar, & Heim, 2009). Además, los efectos traumáticos tienen un efecto acumulativo. El trauma de la separación interactúa con las experiencias adversas previas en las esferas sociales y económicas, amplificando así los efectos negativos a largo plazo (Brown, Anda, & Tiemeier, et al, 2009; MacKenzie, Bosk, & Zeanah, 2017).

El aislamiento y la separación de los padres son una fuente de estrés tóxico

Los padres no son sólo la fuente de recursos básicos para sobrevivir como alimento, techo y atención médica: son la fuente del lazo y apego emocional que es fundamental para el desarrollo humano. Los menores dependen de sus cuidadores para poder responder de una mejor manera a los sucesos estresantes y traumáticos de su vida. Estar cerca de los padres, reduce la respuesta fisiológica al estrés de los niños, les baja los niveles de cortisol en sangre (Hostinar, Sullivan, & Gunnar, 2013 ) y les disminuye la hiperreactividad de la amígdala, una estructura cerebral clave en la regulación emocional (Gee et al., 2014).
Como adaptación de sobrevivencia, las experiencias adversas activan mecanismos biológicos de defensa, y la respuesta de “lucha o huída”, con un aumento de hormonas del estrés, ritmo cardiaco y alerta. La experiencia de trauma y peligro que constituye el ser separados de los padres, activa esta respuesta de manera crónica y tóxica (Bridgman, 2014). Como consecuencia, la respuesta normal al estrés se ve afectada de por vida, con secuelas negativas a nivel cognitivo y afectivo, y alteraciones de la función y estructura cerebral (Lupien, McEwen, Gunnar, & Heim, 2009; Pechtel & Pizzagalli, 2011; Kumar et al., 2014).

El aislamiento y la separación de los padres tiene secuelas a largo plazo

La raíz de la mayoría de los trastornos mentales, conductuales y emocionales se encuentra en las etapas tempranas de niñez y adolescencia (NRC & IOM, 2009). Se estima que el 30% de los problemas de salud mental están relacionados con la adversidad durante la niñez (Green et al., 2010).
Tanto hijos como padres tienen un riesgo aumentado de problemas de salud mental cuando son separados en procesos de inmigración (Suarez-Orozco, Bang, & Kim., 2011; Rusch & Reyes, 2013), y este impacto negativo permanece incluso después de una potencial reunificación, afectando la capacidad de las familias de desarrollar apego, autoestima, salud física y psicológica (Smith, Lalonde, & Johnson, 2004).
Así, este tipo de situaciones de estrés y trauma aumentan el riesgo de que los chicos padezcan, de por vida, una diversidad de problemas de salud: ansiedad, depresión, estrés post-traumático, riesgo de abuso de sustancias, IQ bajo, obesidad y estatura baja, problemas inmunes, y a la larga, un riesgo aumentado de cáncer, y problemas cardiopulmonares (incluyendo el infarto) (Granqvist, Sroufe, Dozier, Hesse, & Steele, 2017).
En resumen, el desarrollo óptimo cerebral depende de una relación estable y consistente con al menos un padre o cuidador principal, en dónde se minimice la exposición al estrés. La separación de las familias en la frontera tiene consecuencias devastadoras a largo plazo sobre el bienestar y la salud de los niños, la familia y la sociedad. La mejor forma de mitigar el impacto negativo es mediante la reunificación de los niños con sus familias lo antes posible.
Para leer más consulta estos pronunciamientos de las sociedades científicas de EUA:

 

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